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28 de mayo de 2009

Lennon "el trotamontes"

Pocas cosas me emocionan más que ver a mis dueños sacando del armario la mochila, los bastones, las botas, las cantimploras, la linterna, las brújulas, y toda la parafernalia que suelen cargar encima cuando ¡¡¡NOS VAMOS DE EXCURSIOOON!!!
Es una gozada salir a caminar por el monte. Llego agotado, eso así, pero es una experiencia única. La primera vez que salí aún no había cumplido un año, a ellos les hubiera gustado llevarme antes, pero tenían miedo de que no aguantara el ritmo. Fuimos a una pista forestal, era un camino llano, y sólo al principio y al final tuvimos que coger tramos de mucha pendiente, no querían abusar, sólo ponerme a prueba a ver que tal me comportaba. Pues bien, si ese día ellos caminaron 8 km, yo me hice 16 porque andaba corriendo de acá para allá, iba y volvía, de derecha a izquierda, los pasaba a toda leche corriendo y luego me volvía atrás para de nuevo adelantarlos a toda leche, qué gozada, qué olores, qué de verde, qué sonidos, ... qué bocadillos llevaron y compartieron conmigo. Nunca lo olvidaré.


Hemos repetido en más ocasiones, aunque no en tantas como a mí me hubiera gustado, pero estos humanos siempre se lían con cosas que les parecen más importantes como limpiar la casa, ir al super, poner lavadoras, arreglar aparatos y muebles rotos, qué se yo, siempre tienen algo que hacer. A mí me dicen de ir al monte de excursión y lo pospongo todo, anulo todas mis obligaciones y me olvido de cualquier deber inexcusable, ... si tuviera deberes y obligaciones, que no es el caso. Bien, pues eso, que desde aquí dejo constancia (por si lo leen mis dueños, que sí que lo leerán) de que no salgo al monte todo lo que me gustaría, pero cada vez que salgo lo disfruto a tope.

He caminado por el Parque Nacional del Teide, el Monte de la Esperanza y el de las Mercedes y si tengo que elegir me quedo con este último, mucho más fresco y verde, aunque correr encima de la pinocha y jugar con las piñas del pinar de la Esperanza también es muy divertido. Sólo en una ocasión lo he pasado un pelín mal. Ese día hacía mucho calor y el sendero era muy polvoriento, lo cual no es nada de agradecer para alguien que camina con su cara a menos de 50 cm del suelo. Para colmo, todo el camino de vuelta lo hicimos Alicia y yo con las ruedas pinchadas, ella porque se le rompió la bota y avanzaba arrastrando media suela, yo porque iba con un tirón muscular y algo cojito. Llegamos completamente derrengados a casa, pero felices porque no hay nada más enriquecedor para una persona y un animal que el descubrimiento de la naturaleza, de los distintos tipos de plantas, piedras, árboles y bichos que hay por doquier en este mundo tan bonito.

En verano, cuando Asier pasa sus vacaciones con nosotros, también nos hemos ido de excursión y aunque no caminamos tanto, ni nos alejamos demasiado de la civilización, he de decir que me lo paso aún mejor porque Asier y yo somos espíritus totalmente afines y nuestros intereses por el juego y la exploración van a la par. El único problema es que mis dueños no confían plenamente en nosotros y no nos dejan loquear todo lo que nos gustaría, pero no nos importa, nos basta una roca grande y alta a la que subir para sentirnos como Edmund Hillary y el sherpa Tenzing en la cima del Everest.


26 de mayo de 2009

La peluquería

¡¡¡Horreur!!! Mañana me llevan a la peluquería. Es una pésima noticia, sólo podría ser superada por la aún peor noticia de que mañana no me llevan a la peluquería sino que me bañan y me pelan en casa ¡¡¡aaargghhh!!! Qué pesados son los humanos con tanto bañito, tanto peinadito, tanta carda y cepillo, tanta tijerita, tanto estilismo, ... tanta tontería, en definitiva. Y además se lo plantean con una disciplina espartana que asusta, hala, cada dos semanas baño, hágame o no me haga falta, no tienen compasión, puedo poner mi mejor cara de perrito desvalido y asustado que ni caso, qué desalmados.
A mí no me gusta el agua, no, lo repito, no me gusta el agua, que quede claro, ni la de la ducha ni la del mar, me paraliza, me incomoda, me resulta una experiencia desagradable y encima tengo que aguantar los comentarios de todos los vecinos sobre la legendaria fama de los cockers como perros aficionados a la natación y al baño. Mentira cochina. A mí me encanta la playa, no el mar; a mí me gusta la bañera para dormir y antes, cuando cabía, también me gustaba el bidé, pero desde luego que estando vacíos y con los grifos bien cerrados.
No conozco peor sensación en el mundo que la de estar empapado de agua, todo húmedo, con los pelos repegados y chorreando.... bueno, sí que se me ocurre una sensación peor, la de que te sequen con secador, ahí, venga, un chorro de aire caliente a todo meter bajo un ruido infernal. Cuando has pasado por todo eso y lo único que quieres es irte tranquilo a un rincón donde olvidar y recuperar tu dignidad perruna, pues no te dejan, no, todavía te mortifican un rato más con cepilladitos y tijeritas. Un infierno. No quiero, no quiero, no quiero ir mañana a la peluquería, buuuuaaaaaa!!!

22 de mayo de 2009

La soledad


La soledad es ver salir a tus dueños por la puerta de casa y quedarte tú dentro. No hay nada más desolador que una casa vacía de personas. Todo lo que antes parecía divertido y luminoso se convierte en aburrido y sombrío desde el momento en que se cierra la puerta y quedas allí solo. Antes, cuando era un cachorrín, me ponía muy nervioso en esa situación, daba vueltas sin parar y me subía a mesas y sillas, tirando todo lo que encontraba a mi paso, luego me entretenía mordiendo papeles, muebles, cargadores de móviles, gafas, ... cualquier cosa no comestible me valía. Para rematar la faena y hacer valer mi total disconformidad, me cagaba en todo. Lo cierto es que no conseguía tranquilizarme y además normalmente las caras de mis dueños eran todo un poema cuando regresaban.
Con el tiempo me di cuenta de que ellos también lo pasaban mal cuando tenían que salir sin mí y de que se alegraban mucho al volver a mi lado. La pobre Alicia, incluso pasó una época entrando y saliendo cada 5 minutos de casa para acostumbrarse a mi ausencia. Me meaba de risa de verla entrar y salir intentando fingir que no me veía, se hacía la dura, pero los perros olemos no sólo la piel, sino también el corazón de las personas, y yo terminé entendiendo que sufrían por mí cada vez que salían, que cada papel roto, cada caca en el piso, cada nuevo destrozo eran una preocupación añadida a su pesar, la próxima vez que salieran se irían aún más tristes y nerviosos.

Cambié. Sí. De un día para otro. Me dio tanta pena de ellos el día que me dejaron las luces, la tele, la radio y creo que hasta el ordenador encendido para hacerme compañía, que decidí que les iba a demostrar que estaba bien cuando ellos se iban, que no pasaba nada por quedarme sólo, que a mí no me hacen falta engaños. Si se tienen que ir, pues que se vayan, ya nos veremos a la vuelta, ... además no iba a permitir que gastaran en luz lo que podían gastarse en comprarme orejas de cerdo.Nunca más hubo un destrozo en casa, nunca más una caca o un pis que limpiar a su vuelta, ni un papel fuera de su sitio, lo único que encuentran ahora cuando regresan es a un perro encantado y feliz de volverlos a ver.

Aún así, lo paso mál, me aburro y me siento muy sólo, intento dormir y no lo consigo, me concentró en los ruidos del pasillo, de la escalera, de los ascensores, me olvido de comer y de beber, y sólo cuando oigo sus pasos y voces acercándose a casa vuelvo a recuperar todas mis constantes vitales y la soledad oscura y aburrida de la casa vacía se transforma en la alegría loca y luminosa de un hogar con perro cuando regresan sus dueños.

13 de mayo de 2009

Miflor


Miflor es una perrita negra, no tiene raza definida, ni nada que se le parezca, ella es única y si a primera vista todos se apuntan a decir que parece un schnauzer, o un caniche o que tiene orejas de cocker, luego, cuando la conocen y la tratan, todos terminan afirmando que como Miflor no hay ningún perro. Es mi amor, no mi amor platónico, sino mi amor terrenal, mi pasión forjada a base de revolcones, mordiscos y lametones. Es mi amiga, mi compañera de juegos, mi complice de mil fechorías y mi locura en las noches de sus celos.

El día que conocí a Miflor fue uno de los más felices de mi vida. Era la mañana de mi primer paseo oficial. Ya había salido antes de paseo, pero nunca en lo que sería mi sitio habitual, ese gran solar al lado del mar en el que por turnos, y atendiendo a los horarios de nuestros dueños, nos vamos juntando diariamente todos los perros del vecindario. Todavía eramos cachorros, yo tenía 5 meses y ella era dos meses mayor que yo. La conocía de lejos, de vista, pues aunque aún no paseaba por el solar , ya tenía afición a observar desde el balcón a todos los perritos del vecindario que sí lo hacían y era imposible no fijarse en ella, tan bonita, tan morena. Cuando esa mañana salí a la calle, sabiendo que ya era todo posible, que me dejaban ir a por todas, olisquear y correr por donde quisiera, era el perrito más feliz del mundo, pero cuando la vi a lo lejos entonces sí que el corazón casi se me sale del pecho, no lo pensé, tiré como un loco hasta que mi dueña comprendió hacia donde quería ir, se rió y me soltó. Corrí con todas las fuerzas que me daban mis piernas hasta que llegué a su lado y sin dejarla reaccionar, me lancé a besarle los morros desesperado, se quedó paradita, atónita, pero enseguida me respondió con más besos y lametones, y, coquetuela y alegre como es, se lanzó a correr provocándome para que la pillara, pasamos así más de una hora, en un tira y afloja de peleas, carreras, abrazos, lametones y mordisquitos que no nos dejó exhaustos, sino con ganas de más.

Con el tiempo nuestra relación fue cada vez más intensa, igual que también fue cada vez mayor la amistad entre nuestras dueñas. Nos buscábamos e intentábamos siempre aprovechar al máximo los ratitos en los que estábamos juntos. Me acostumbré a vigilar desde al balcón sus salidas y avisar a mis dueños desesperadamente para que me sacaran en ese momento de paseo. Ellos consentían, aunque no hiciera ni 10 minutos que acabáramos de regresar. Eramos una pareja perfecta, incluso se reunían a nuestro alrededor otros perros con sus dueños para vernos jugar, un espectáculo digno de ver, como también lo era el espectáculo que daban nuestras dueñas intentando pillarnos para hacernos regresar a casa.

Durante nuestra infancia y más tierna juventud fuimos inseparables, sólo dejamos de vernos los días en que estuve convaleciente de mi caida. Teníamos más amigos, una pandilla cojonuda, y no siempre jugábamos y correteábamos solos, pero entre nosotros se forjó una relación especial que supera el entendimiento de cualquier humano. La amo y la admiro porque Miflor no sólo es guapa, además es lista, divertida, rápida como un rayo cuando corre, valiente y aventurera, es buena y noble, cariñosa, dulce y mimosa, y, aunque mis dueños dicen que siempre anda un poco guarrilla, a mí su olor me enloquece. Ella siente también por mí un amor incondicional y a pesar de que a medida que me he hecho mayor puede conmigo la tentación que supone la presencia de otras perritas, a las que irremediablemente intento camelar y llevar al huerto, ella no me lo tiene en cuenta, ni se enfada, me mira alegre y espera porque sabe que siempre regreso a su lado para terminar agotados de tantos besos y lametones que nos damos.

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