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30 de marzo de 2009
Robert Fitzgerald "Rabito"

Camilo y Alicia

Vinieron a por mí, los dos solos, una tarde de principios de septiembre. Una tarde emocionantísima desde mi punto de vista, aunque todos los humanos que me rodeaban estaban un poco melancólicos. Mis futuros dueños se sentían algo culpables de separarme de la que hasta ahora era mi familia; y a los dueños de mi mamá les daba pena verme ir, aún tan chiquitín, hacia un futuro que les parecía incierto. Los únicos que estábamos contentos eramos mi mamá y yo. Ella porque definitivamente perdía de vista al último hijo que le quedaba en casa, bueno, todo hay que decirlo, no sólo era el último, sino también el más gamberro. La pobre mamá respiró tranquila cuando me vió subirme a aquel coche y desaparecer por la esquina, aunque en el fondo sé que tanto a ella como a la tía Noah se les encogió un poquito el corazón. Por mi parte, yo estaba excitadísimo, era un jovencito soñador e independiente que se marchaba de casa a conocer mundo y vivir mil aventuras. Al fin había llegado mi hora. Después de ver partir poco a poco a todos mis hermanos, ya pensaba que nunca llegaría mi momento, pero no me fallaron, llegaron esa tarde a llevarme hacia un nuevo mundo, una nueva vida que sería nuestra, de los tres, ya nunca estarían sólos, ahora me tenían a mí.
Todo lo que he aprendido se lo debo a mi mamá, a Alicia, a Camilo y a un perro que un día me crucé y me enseñó a levantar la pata para mear. Son los pilares de mi educación y han forjado mi carácter. Desde aquella tarde en que me recogieron para llevarme con ellos a su casa, Camilo y Alicia nunca han dejado de preocuparse por mi bienestar, me han alimentado, me han dado cariño y cuidados médico-estéticos, me han presentado a gente nueva y me han dejado hacer amigos y enemigos, me han llevado a la playa, al monte, a la nieve, a la ciudad, de viaje, de compras y todos los días de Dios paseamos y jugamos juntos. A pesar de mi personalidad impulsiva, con el tiempo me he acostumbrado a observarlos con calma para entender lo que quieren o esperan de mí. También ellos me observan durante largos ratos, les debo resultar muy entretenido e incluso diría que me encuentran irresistible, porque esos momentos en los que me dedican largas miradas suelen terminar con alguno de los dos abalanzándose sobre mí para colmarme de besos y caricias. Tal vez nos hemos observado tanto durante este año y medio que llevamos juntos, que podría decir que hemos terminado pareciéndonos, van dejando su huella en mí y yo en ellos. Tengo el mismo corazón grande y cariñoso de Camilo y la misma naturaleza alegre y despreocupada de Alicia. Camilo dedica mucho tiempo a jugar conmigo, al escondite, corriendo, a tirarnos juguetes, echando peleas, también es el que anda más preocupado por mi aspecto personal y se encarga de acicalarme, desparasitarme y mantenerme siempre hecho un pincel. Alicia se preocupa más por mi progreso intelectual, prefiere enseñarme cosas que considera de gran utilidad y a mí particularmente me parecen absurdas, pero el ratito que pasamos juntos aprendiéndolas siempre es divertido y gratificante porque me colma de golosinas, así de esta manera he aprendido a sentarme, dar la patita, echarme y a girar, aunque de momento sólo hacia la derecha. Estas lecciones que me da, junto con mi desarrollado espíritu observador me han permitido alcanzar un nivel de entendimiento del español que calificaría de principiante avanzado, y aunque todavía no lo hablo todo se andará.
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