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28 de abril de 2009

El gran golpe

Faltaban 3 días para que cumpliera 7 meses, ese fin de semana estaba previsto que mis dueños me llevaran a la romería de San Antonio Abad para que me bendicieran. Era miércoles, 23 de enero, y Alicia y yo pasábamos la mañana juntos como siempre hacíamos, luego ella se iría a trabajar y un ratito después llegaría Camilo y pasaríamos la tarde juntos. Era un perrito de lo más feliz, y mis dueños estaban cada vez más contentos conmigo. A pesar de mi corta edad ya no me hacía pipí ni caca en casa, había aprendido a esperar tranquilo y sin hacer destrozos cuando ellos salían porque entendía que no tardarían en volver y que siempre intentaban planificar su tiempo para que pudiéramos estar los tres juntos. Era además un perro sanísimo, un cachorro regordete y fuerte que nunca jamás me había puesto malo de nada, ni un vómito, ni un catarrito, ni una diarrea, el único motivo de alarma que les había dado a mis dueños era el que les producían mis pedos, que consideraban más tóxicos de lo normal, aunque a mí no me parecía la cosa para tanto.

Era feliz y como era feliz era también cariñoso, confiado y muy seguro de mí mismo. Nunca había llorado, nunca nadie me oyó llorar, no lloré cuando me fui de casa de mamá, ni la primera noche que pasé en mi casa, ni tampoco lloré cuando me dejaron solito para irse a trabajar, nunca lloré cuando me golpeaba contra un mueble echando una carrera o cuando un perro más grande me daba un buen revolcón jugando, ni se me saltaban las lágrimas cuando me separaban de Miflor después de pasar la tarde revolcándonos juntos, no sabía lo que era el dolor ni el del cuerpo ni el del alma.

Esa mañana fuimos a casa de la mamá de Alicia para hacerle unos recados, ya digo que, por aquel entonces, Alicia y yo eramos como Marco y el mono Amedio, dos que alegres iban sin separarnos para nada, se valía de que era cachorro, le echaba morro y me entraba con ella a todos lados. Después de ir al banco y de pasar por Correos, volvimos a casa de la mamá de Alicia, una casa increible para un perro, con escaleras, patios, llena de habitaciones y recovecos, y con una gran azotea. Ese día subí arriba, a la azotea, por segunda vez en mi vida. La primera vez subí atado, pero esa vez Alicia me dejó suelto. Salí como un rayo corriendo hasta que me topé con un muro, no muy alto, lo podía saltar, pero me paré y miré lo que había al otro lado, más azotea, bien. Me giré y vi otro muro, ah, pensé, igual que este, a por éeeeeel, y allá que me fui y salté con toda mis fuerzas, estiré mis patitas delanteras, pisé el muro y me propulsé con las patas traseras, pero al otro lado no había suelo, había un gran agujero, era un patio interior y allá que iba yo volando como Supercan directo al vacío.
Oí su grito, Leeeenoooon, la oí correr, y entoncés ¡¡¡¡Plofff!!!, sí digo plof y no cataplof ni cataplam ni patapumba, porque el ruido que hice al parar mi vuelo, dos plantas más abajo, fue algo así como plof, sólo plof. Volví a oir su voz llamádome, oí que se acercaba corriendo escaleras abajo y tras unos segundos apareció por la puerta del patio, se quedó en silencio, no lloraba, no dijo nada, me recogió muy suavemente y entonces empezó otra carrera, la carrera al coche y la carrera al veterinario, yo sabía que estaba en sus brazos, que me dejaba en el asiento del coche, que me hablaba, que me decía que me quería, que no me iba a pasar nada, que ya llegábamos donde me iban a curar, y de pronto me miró y me dijo: "lennon, lennon, ¿estás bien, mi amor?". No podía moverme, ni hacer nada por ella, porque entendiera que estaba ahí, a su lado, vivo, aunque me sentía muy lejos. Ella pensaba que estaba muerto.

Fuimos a una clínica nueva para mí, la clínica veterinaria del pueblo, la que estaba más cerca, me sacó del coche y entró corriendo conmigo en brazos e inmediatamente pasamos a una sala y se vinieron sobre mi tres chicas encantadoras pero con la decidida intención de hacerme la puñeta, me tocaron y me apretujaron todo el cuerpo molido, me afeitaron la pata, me pincharon y me enchufaron a una botella, un horror, entonces me di cuenta de que ella seguía allí, callada. La chica que más me había tocado, empezó a hablar con ella, no entendí todo lo que le dijo, pero sí varias palabras que yo conocía: "está bien" y "esperar". Después de oir eso Alicia rompió a llorar a mares, me asusté, nunca la había visto antes así y pensé que también a ella le tenía que estar pasando algo muy malo, intenté levantarme pero no podía, aún así conseguí girar mi carita ensangrentada y mirarla, era la primera vez que conseguía moverme desde que caí. Cuando me vió dejó de llorar y me abrazó como siempre, como Marco a su mono Amedio.

Estuve todo el día en la clínica, me sentía fatal, con la pata vendada y enchufado a un tubo, no podía moverme, me dolía todo el cuerpo y además en varias ocasiones me llevaron a otras salas para hacerme otras pruebas, más pinchacitos, más tocaditas. El mejor momento del día fue cuando apareció Camilo, me dio un alegrón tan grande cuando lo vi entrar que saqué fuerzas y conseguí levantarme hasta quedar sentado. Me lo comía a besos cuando acercó su cara, estaba contento porque estábamos los tres juntos y porque sabía que si él estaba allí no iba a permitir que me pasara nada malo. Ya me dolía menos el cuerpo. Luego me dejé dormir.

Salimos de noche de allí, Camilo me llevaba en sus brazos, aunque hacía un ratito que había conseguido caminar, con gran esfuerzo, pero caminar, e incluso me había echado una meada soberbia en la puerta de la clínica, sin embargo aún estaba muy atontado y dolorido, así que salí hacia mi casa en sus brazos. Me quedaban por delante unas semanas largas de recuperación y descanso, de paseos cortitos y de mucha vergüenza porque no me podía controlar y me volví a hacer pipí en casa, unas semanas aburridas en las que no pude ver a ninguno de mis colegas, ni a Miflor, ni correr, ni saltar, pero también fueron unas semanas de muchos mimos, de mucha paciencia, de muchas atenciones y muchas golosinas, así que no las recuerdo con desagrado.

Aquel día me marcó, porque algunas cosas cambiaron, algunas a peor como que cambió mi salud y fortaleza, y otras a mejor porque también cambió mi clínica veterinaria y desde entonces siempre voy a la clínica de las chicas encantadoras que hicieron todo lo posible y lo imposible por mí y mis dueños en aquellas horas que pasamos todos juntos el miércoles 23 de enero de 2008. En la clínica todos me llaman "el paracaidista". ...Ah, se me olvidaba, aún no sé lo que es llorar

Durante mi convalecencia

3 comentarios:

Neco dijo...

Madre mía Lennon... me quedao' muerta.

Alicia, los hijos no saben más que dar disgustos. Que miedo desviste pasar, me alegro tanto que todo saliera bien...

A mi me pasó algo parecido... el Lucky con 3 meses se cayó desde un tercero por eso lo llamamos Gato Volador pero no le pasó nada... solo que le quedan 6 vidas.

Muchos besos, cacho bicho

Lennon dijo...

Sí, over, lo pasamos muy mal ese día y luego con mucha paciencia lo fuimos dejando todos atrás. A la única que le han quedado secuelas es a mí, desde entonces tengo vértigo, nunca antes me pasó. Por cierto, Lennon se salvó porque fue a estamparse justo con el cubo de la fregona, fue un milagro, para Lennon, para el cubo no, no lo puede contar como nosotros ;-)
La vida le dio al orejotas otra oportunidad y la vamos a aprovechar ya que no es un gato y a lo peor esta que le queda sí que es la última.
Un beso. Alicia.

Peter Pan y Duna dijo...

Ufffff, pobre Lennon, vaya susto os llevariais los dos, menos mal que por lo que cuentas no te quedaron secuelas, y no esta mal eso de que te mimen continuamente, verdad campeon? Pero que hay otras maneras de que consigais mimos sin llevaros esos golpes, por favor!

Cuidado por donde saltas, que Ali no aguanta otra como esta...

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